domingo, 14 de junio de 2009

Un cuento

Las calles vacías, la lluvia portentosa. El microbús volaba sobre el asfalto húmedo. El tiempo perdía razón y su cabello opaco bajo tanta lágrima celestial.

La vio. Hermosa. Leía algo interesada. Sus ojos, tras los anteojos, se movían lentamente, como saboreando cada frase, cada palabra, cada letra. Sus labios, rojos natural, se veían opacos pero con una graciosa sonrisa iluminados. Ni gruesos ni delgados. Mordibles, como una pequeña fresa, tal como los recordaba.

Se movió un poco y quedó a unos pasos del asiento de ella. Lo suficiente para que no notara que estaba ahí. Aspiró en silencio. Y el aroma a lluvia y rocío, a amanecer y frescura, a cítrico y mujer, le llenó los pulmones como hace años.

Estaba preciosa. Más de como la recordaba. Pero seguía moviendo imperceptiblemente los labios, lamiendo las palabras en silencio, con un gesto tan infantil e ingenuo. Pero sus ojos plata, su cabello mojado y su piel perfumada continuaban gritando su pasión, su fogocidad. ¿O acaso era él que veía eso?, ¿él, que fue el primero en amarla?, ¿él, quien fue quién descubrió su olor fruta madura y brisas otoñales, en el primer orgasmo?

Se acercó un poco más y vio sus manos. Uñas no muy largas, pintadas sutilmente con un brillo. Dedos perfectos, ni cortos ni extensos, ni gordos ni delgados. Simplemente perfectos para su mano. Ningún anillo ni marca de uno aprisionaba sus dedos y él sonrió. Miró su propia mano, donde la marca de la argolla matrimonial desaparecía progresivamente, recordando el fracasado amor.

¿Cuánto tiempo había pasado?, ¿30 años? Y parece que fue ayer cuando la vio por última vez, fumando y riendo, ignorándolo. Y sin querer recuerda la mirada de odio que alguna vez le dirigió. Todo por la juventud de ella y la inseguridad de él. Después recuerda los océanos grises brillar entre cómplices y nostálgicos, mientras intenta, de escudo una sonrisa, acercarse como amiga. Hasta rendirse y mandarlo al olvido, por su culpa, por su orgullo, por su estupidez.

Sube gente, pero se baja otra más. El asiento al lado de ella se desocupa y es él quien toma ese puesto. Ella ni lo mira. Continúa leyendo mientras él siente su calor a través de la chaqueta y el abrigo.

Se humedece los labios y, por un instante, estos brillan por la saliva. Descubre, nuevamente, el natural color cereza de esos labios. Y suspira en silencio, tratando de pensar en cómo hablarle, qué decirle. Sobre todo, saber si le perdonó las humillaciones y demases.

Vuelve a mirar de reojo y nota su cabello castaño humedecido. Sabe que no le gustan los paraguas. A él tampoco. Y eran tan felices en la lluvia.

Finalmente, cuando ya ha planeado una conversación, cuando ya sabe qué decir, ella guarda el libro, pide permiso, detiene el bus y baja.

Y allí abajo, con un paraguas, un hombre alto la espera. Un hombre que besa sus labios y toma su mano.

El bus parte y él se sienta en el lugar donde estaba ella. Aún se siente su calor y pronto descubreen una rendija del asiento, un papel. Lo saca, lo abre y reconoce la letra de ella.

"Ya te perdoné. Gracias a ti también"

Tristemente descubrió que pudo ser la más hermosa historia de amor, pero 30 años después el libro no se escribía con él.



Porque aún los días de lluvia tienen sabor a ti, a las risas y las hermosas nostalgias.

martes, 2 de junio de 2009

Mi gata Carya es rara

Asi es. De partida, porque se suponía que era gato y terminó siendo gata. Okey, mi error, pero aún así es raro. Es la primera vez que fallo en el sexo de un animal…y tenía que ser el mío, en este caso, mía xD.

Otra cosa que tiene rara es su afán de subirse a mi hombro. O los pelos locos de color blanco que tiene en su mega manchón negro. También tiene dos bigotes blancos con manchas negras y complejo de perro xD.

¿Ven? Es rara. Y eso que estoy omitiendo el hecho de que todo lo ataca. Y cuando digo todo, es TODO. Me gusta cuando me sigue por la casa o cuando llora porque sabe que me voy. Su complejo de ratón muerde cables también me gusta. Algo complicado, pero es más fácil evitar que una gata se coma los cables que dos ratas blancas xD.

Es rara, como yo. Juega a las escondidas y responde a los aplausos. Sabe dónde hacer sus cositas y tiene una falda de pelos blanca alrededor de la base de la cola.

No la cambiaría por nada del mundo. Es la mascota perfecta para mí. Y eso le acentúa más su peculiaridad. Es definitivo. Mi gata es rara.

Sería U^^

Ellos

Me hacen feliz. Cada uno a su forma, con sus palabras, con su manera de ser conmigo. Son tan diferentes, que es muy extraño. Por un lado suelo recibir golpes, gritos, risas, cigarros y uno que otro silencio con el ceño fruncido. Por el otro lado tengo cariño, besos en la frente, palabras de aliento, cafés y seguridad. Me agrada cuando suelen cambiarse los papeles. A veces cierro los ojos esperando un golpe y recibo un beso que finjo no disfrutar, que me provoca asco, pero que me hace sonreír. Y a veces espero recibir un beso en el pelo y me llega una risa acompañada de un golpe. Pero aún así, a pesar que no sé qué obtener de ellos, me hacen feliz.

¿Creen en la magia? Yo sí. A ellos los conocí así. Fue realmente mágico. Ni aunque los planetas se alinearan teníamos posibilidad de encontrarnos…pero la magia se cruzó y los vi.

Hemos pasado muchas cosas. Hemos estado los tres tirados en la arena conversando. Hemos nadado en piscina, jugado ping-pong y hasta carreteado juntos. He llorado en sus brazos y han ido a ver a mi padre conmigo. Escaso lujo que han sabido aprovechar.

Me han dicho palabras malas. Les he dicho palabras malas. Pero aún así seguimos juntos. Tengo dibujos y una gata por ellos. Fumo más y tomo más café (si, es posible). Conozco más cosas y me he reído de otras tantas. Aprendí a mandar a la mierda al mundo con ellos. Puedo fruncir el ceño y provocar pavor o simplemente aguantar una lluvia de golpes de guantes “retándome a un duelo”.

Me gusta caminar de la mano con los dos. Recibir las frases indirectas de los transeúntes, reírme de su ignorancia y seguir caminando. Conversar de los temas más inverosímiles y arreglar el mundo a nuestro antojo. Me encanta verlos pelear, discutir, tratarse mal…y luego fingir que lo olvidan. Unirme a uno para molestar al otro o que me peguen los resfríos.

Vagar por las calles, marcando los pasos…y caminar lento, porque a uno le gusta caminar lento para que sigamos conversando. Sentir abrazos fraternos, llenos de espontaneidad y afecto, con frases de “nos vemos el jueves” o “no te vayas”.

Nos vemos varios días. Y siempre tenemos qué hablar. Comer con palitos o tomar mate. Hiperventilar con “crucios” o simplemente obligar a que uno haga algo…“¿tengo opción?”, “no”, “entonces para qué preguntas…”.

Cruzar Santiago en bus para juntarme con ellos, haciendo la ruta de Santiago de Compostela. Leer mientras planeo qué enseñarles y que nunca se den cuenta que ellos me enseñan a mí.

Nunca sé a qué voy. No sé qué voy a pasar cuando los veo. Pero eso más me gusta. Recibir el “perdón” por un lado y el “te quiero” por el otro me hizo aún más feliz. No sé qué haría si ellos un día no están. Son tan diferentes pero tan iguales. Tan discordes pero complementarios. Es ver los dos lados de la moneda…para luego guardarla en tu bolsillo y que no te la quite nadie.

No quiero pensar cuándo acabará. Tampoco sentir lo que sé que sentiré cuando pase eso. Quiero estar ahí cuando se caigan para apoyarlos, escucharlos cuando me necesiten, intentar darles mi aliento a través de palabras…y verlos crecer. Crecer como jamás pensaron que lo harían.

Ellos son las dos partes de una extraña amistad. Pero prefiero ser muda testigo y continuar recibiendo golpes, cigarros, mate, café, palabras, abrazos, besos, caminos y todo lo surrealista que significa conocerlos y quererlo a ambos.

Lily, Juan…gracias. Ellos me hacen feliz.