domingo, 11 de marzo de 2012

Pequeña tristeza

Cuando llegue la primavera, aquel ceibo estará con flores. Serán hermosas y llenarán el aire de un aroma dulce y tranquilizante. Cuando llegue la primavera, todos estarán felices o muy ocupados. Pasarán raudamente, sin mirar siquiera. Y seremos pocos los que sabemos que ahí hay un pequeño ángel durmiendo. Iremos a verlo, en silencio. Suspiraremos, sabiendo que pudimos haber hecho algo más. Pero no. Simplemente lo acompañamos y tratamos de hacer más llevaderos sus últimos momentos. Pudo quedar solo, pudo ser arrojado en la basura, como terminó mi amada Carya. Pero con él hicimos justicia. Y lo vi en sus ojos. Cuando la vida se le iba de las patas, cuando ya no podía luchar más, me miró. Y lo vi. Era agradecimiento. Por no dejarlo solo, por no abandonarlo, por acariciarle su espalda, en un intento vano de hacer más llevadero su sufrimiento. Era las gracias gatunas que me dio a la distancia tanto el Forrest como la Carya. Era eso de saberse querido, de saberse amado. Y jamás abandonado.

Mientras fumábamos, con el cadáver tapado, reflexioné. Ojalá alguien hubiese hecho eso por mi Carya. Y saber que alguien la acompañó en sus últimos momentos, que le quitó el miedo. Un perro se acostó tras de mí, pues yo tiritaba de frío. Él me dio su calor y cuando murió, volteé y le dije "se nos fue, perro". Y él, en su comportamiento más noble, bajó la cabeza con ojos tristes. Era el mismo perro que pensamos que quería atacar al gato mientras él agonizaba. Pero no. Luego comprendimos que estaba como nosotros, acompañando a aquel ser en su última batalla, en su último viaje.

No cavé la tumba de la Carya. Pero sólo con mis manos y las del Chris, le cavamos la tumba a este gato. No sé su nombre, puede que nunca lo sepa. Puede que pasen los años y aún tenga ese collar con cascabel guardado entre mis cosas. Pero haré todo lo que pueda para darle la paz que a mí me dieron cuando supe lo de la Carya.

Ahora puedo visitar ese ceibo. Es una tumba doble. De aquel gato, que luchó hasta el final y que, pasado el tiempo, se rindió. Y de mi Carya, que fue el único motivo por el cuál viví cuando todo estaba mal.

No siento culpa. Le pedí que dejara de luchar, que no valía la pena el sufrimiento. Le dije "ve con él...ve con ese gato que se parece a ti". Sé que el Forrest lo fue a buscar, como va a buscar a todos los animales por los cuales sentí algo, aunque fueran los últimos minutos de su vida. Hice lo que pude y evité que terminara desechado, como vil despojo de algo indescriptible.

Cuando llegue la primavera, aquel ceibo se llenará de flores. Y serán las más bellas de todo el parque, porque a sus pies, entre sus raíces, se cobija un guerrero de cuatro patas, pelaje de suave seda blanca y la mirada del mar.

1 comentario:

Cristian Mancilla dijo...

Los rituales son importantes. Nos hacen sentir más tranquilos en cuanto a lo que nos perturba. Y relatar los hechos resulta aún mejor. Creo que vas por buen camino.
Salud.