La Maga no fue feliz en “Rayuela”. Y cada mujer que conozco a quien la han apodado así no encuentra la felicidad. Siempre que tienen a Oliveira, aparece una Pola que se lo lleva. Y ahí la Maga queda con vestigios de lo que alguna vez tuvo.
Cuando me apodaron “La Maga”, aún no sabía al terrible destino que me llevaban. Fue mi primer Oliveira quien me llamó así. Y al tiempo apareció Pola y se lo llevó, dejándome con hechizos, con magia, con alma y con corazón destruido. No quería pensar en ello. Simplemente seguí, mientras me rodeaba de gente más extraña que la anterior. Y pasó el tiempo, viví de manera espontánea, de manera primigenia. Conseguí un pasado exquisito, un presente adorado y un futuro más incierto que lectura de aire condensado.
Encontré otro Oliveira. Y él, al igual que el que me nombró Maga, se ató a mi aura de magia. Y lo seguí. Y sufrí más que la vez anterior. Pero al igual que en Rayuela, esperaba que pasase algo, lo que fuese.
Se fundó el Club de las Serpientes. Y estábamos locos. Y éramos orates. Y hacíamos las locuras que los cuerdos no aceptan. Y también se fundó otro Club. Uno más silencioso, otro más alternativo. Y también apareció La Mafia. Y Oliveira me mandó a volar con mariposas inexistentes. Y se burló de todo lo que era mi vida en sí. Y yo, como Maga, nuevamente quise olvidar.
Sin darme cuenta, apareció Gregorovius. Ya había aparecido antes. Con otros ojos, con otro rostro, con otro cuerpo. Gregorovius venía como un compañero, o un ausente, un poeta, como un cantante, como el que fuera.
Esta vez la Maga, yo, miró a Gregorovius. Tenía que mirarlo, no me quedaba de otra. Estaba ahí, frente a mí. Y, nuevamente, quise alejarlo. Pero no lo hice bien. No porque él no quisiese marcharse, sino porque de verdad no hice nada para echarlo. Divisé a otro Oliveira en el proceso. Y quise irme con él. Más que quererlo, lo que hacía era huir de Gregorovius. Pero me frené en medio de la marcha. Detuve mis pasos, y por primera vez, mandé a Oliveira y todo su mundo fantástico a otro lado, lejos de mí. Y cerrando los ojos, corrí hacia Gregorovius.
Tenía miedo. Miedo que me rechazara, miedo de no ser bienvenida, miedo de que equivocase mis pasos y Gregorovius decidiera que estaba mejor sin mí. Corrí con los ojos cerrados, porque primero muerta antes de ver sus ojos con rechazo.
De pronto, sentí que choqué con un cuerpo. Sentí los brazos rodeando mi cintura. Sentí su respiración mezclándose con la mía. Abrí los ojos y vi a mi querido Gregorovius mirándome dulcemente. Temblé. Él solamente se agachó y besó mis labios. Y sentí que todo lo recorrido valió la pena por ese instante.
A diferencia de todas las Magas del mundo, a diferencia de todo, esta vez me quedé con Gregorovius. Sentí su cariño, me estremecí con sus besos y sonreí ante sus susurros.
Y descubrí que así, se es feliz.
Te amo, nada más para ti, Marino Gregorovius.