lunes, 8 de noviembre de 2010

Un sueño incontrolable

En mis sueños soy reina y soberana de cada situación. Siempre he tenido cierta conciencia en mis sueños, por lo que trato de manejarlos a mi conveniencia y gusto preferencial. Pero hay sueños que, o son demasiado reales y no los puedo controlar porque no tengo conciencia de que es un sueño, o simplemente se hacen incontrolables a mi designio.

Es como, de pronto, tener la imposibilidad de manejar las cosas, al igual que el mundo real. Solo en mis sueños se hace mi santa voluntad. Y que en ellos haya otras aristas, como si el caracter de las personas influyese un poco. Lo cual no debería ser, porque son MIS sueños. Y ya los acepto en la vida real, en sueños deberían darme un descanso, un poco de "chipe libre", ¿no creen?

En fin. La cosa es que hoy por fin soñe. Y nada de cosas de medicina o intentos de doctor House, que por culpa del tatuaje tuve el peor fin de semana de la vida. Así que se los aconsejo desde ya. Si se van a tatuar el cuello, jamás lo descuiden. Porque eso se inflama, presiona tus venas y te provoca las peores migrañas del mundo ¬¬.

Bueno, continúo. Tuve un sueño que nada tuvo que ver con mis dolores, porque simplemente ya no estaban (sí, si igual asumí mi irresponsabilidad y me empecé a cuidar). Y en ese sueño hubo de todo, menos la coherencia de mis deseos.

De partida, Marino estaba lejos. No del lejos de distancia de cuerpo. Del lejos del "se-que-no-volveremos-a-toparnos". Y era triste. Porque cuando lo volvía a ver, las cosas eran tan diferentes, que me abismaban. Y también fue doloroso. Porque Marino no sonreía. Y no tenía esos ojos de superioridad, que me gustan tanto. Marino tenía odio en la mirada. Tenía ira, le brotaba por los poros. Y esa rabia hacía que sus pasos no fueran pesados, sino silenciosos. Y eso me hacía temblar. Uff...era tan difícil...

Y habían más, muchos más. De echo, todo era enredado. Todo era confuso. Sólo uno sonrió, por un momento. En mi sueño yo estaba cansada, estaba agotada por el rumbo que habían tomado las cosas. Por todo lo que había acontecido y yo, que pude haberlo detenido, no lo hice. Por orgullo. Pero no del orgullo malo. De ese de "primero muerta antes de no asumir mi error". Pero todos tenían sus perspectivas. Y yo solo quería descansar. Y que Marino me mirase de esa forma, no ayudaba mucho.

Al final, me vi recostada en una cama. Manos tras la cabeza, mirando el techo. Pensando que la vida era una locura, que todo era tan difícil. Que las personas eran individualistas, incluyéndome. Y que también era mala persona. No, que eso lo era yo solita. Y de pronto, de la nada, Polilla se coloca delante de mi cara, con una sonrisa de oreja a oreja, y tranquilamente me dice "tu café, Conejo".

Mi café...

Y como que todo se arregló. Porque Polilla sonreía. Porque, a pesar de todo, sabía que estaría ahí. Porque le importaba un níspero lo que un Conejo como yo hiciese con las zanahorias. Mientras estuviese bien...

No sé si alguna vez Alma fruncirá el ceño de esa manera tan cruda. No hacia mí, sino hacia alguien que, sin darse cuenta, en cierta forma, le tiene un aprecio. Pero era cruel. Mi Alma era cruel y despiadada. No sé si Prima estará esa mañana, cuando baje la escalera. Tampoco sé si Meshi mirará esa puesta de sol de esa manera, tan tranquila. No sé si Marino me mirará con tanta ira alguna vez. Y si los ojos de Polilla me darán esa tranquilidad. Sólo decir que, a veces, no me agradan los sueños que no puedo controlar.

Aunque el final era exquisitamente bello...

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