lunes, 8 de noviembre de 2010

Una aparición, Marino

Y es sencillo. Pararse en el puerto y alzar la mano, en señal de despedida. El Marino jamás quiere despedirse.

No quiero ir...

Marino, debes ir. ¿De qué te serviría la lejanía, si no es para darte cuenta quien es importante y quien no? Tu vida se separará en el momento que vuelvas a puerto. En el momento que bajes del barco y veas la gente que está ahí.

¿Estaré yo esperándote, Marino de pesados pasos?

Puedo decirte que no lo sé. Puedo decirte que apenas embarcaste, salí corriendo a vivir mil cosas. Puedo decirte que me iré de viaje y perderé la noción del tiempo, y no sabré de tu regreso hasta que yo misma vuelva a esa vida normal de la que tanto huyo, y vea tus letras desperdigadas por el viento.

Puedo decirte tantas mentiras, Marino...tantas que ni yo sabría cuantas son.

Pero no te mentiré. Estaré aquí cuando vuelvas. Porque me agrada tu voz oscura. Porque me gusta ver tus ojos con aires de superioridad. Porque sé que cuando me miras, piensas que soy la niñita atolondrada que espera sonriente alguna de tus palabras, sin saber que con mis manos estoy trenzando alguna cuerda que ahorcará algún cuello.

Sí lo sabes, pero te encanta fingir...

Vuelve pronto, Marino. Aquí estaré, junto a las migajas del pastel, los audífonos de billar, escuchando rock a todo volumen y con botas negras. Aquí estaré para que, cuando llegues, me veas y sonrías. Y te acerques con tus pasos pesados, de esos que hacen temblar a la tierra, a los hombres, a los héroes y los valientes. Pero a mí no, jamás. Te acerques y me abraces.

Y luego hagamos ese viaje que una madrugada acalorada juramos hacer...

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